Victima y Victimario: ¿cual es el Pity que nos cuentan?
El "Pity" Álvarez está preso en el penal de Ezeiza
por el asesinato de Cristian Maximiliano Díaz. El viernes pasado, segundos
antes de entregarse en la comisaría 52 del barrio de Villa Lugano, el cantante
confesó ante un gran número de periodistas que él había sido el autor del
crimen. "Era él o yo", admitió "cualquier animal haría lo
mismo".
Después de eso, envuelto en su campera multicolor, nadó
entre un mar de micrófonos empujado por dos policías hacia la comisaria. Los
medios obtuvieron lo suyo. Una confesión y un título impactante.
Hace varios años que la carrera del Pity dejó de ser
reconocida por sus logros artísticos para convertirse en un derrotero de
episodios polémicos vinculados a la violencia, las armas, la inconsciencia y,
fundamentalmente: las drogas. ¿Qué pasó con aquel poeta que tenía la
sensibilidad para describir con una
pluma concisa y sincera la vida en el barrio?
La historia del Pity antes de la fama es como la de tantos pibes.
Hijo de laburantes, transitó su infancia en los márgenes, allí donde la clase
media o medio pobre se las arregla para sobrevivir. Las drogas estuvieron
presentes en su vida desde temprano. Temprano también apareció una guitarra y
la música. Con sus primeras composiciones todos supieron que el Pity tenía esa
sensibilidad que tienen algunos poetas para contar. Esa capacidad de describir
el entorno y conmover al otro, de desnaturalizar el mundo cotidiano para volverlo
una obra de arte. Pero no de ese arte que se añeja en los museos, sino el arte
vivo que embellece la cultura popular. ¿Qué distancia hay entre el Atahualpa
Yupanqui que nos contaba la vida de “el arriero” con sus vaquitas ajenas y sus
penas propias y el Pity que describe a “Homero”, el obrero que tiene que
aprender a no ser feliz? los dos, situados en un contexto histórico diferente y
con diferentes lenguajes, tienen la capacidad de ver en lo cotidiano una oportunidad
de pintar con palabras una crítica al orden establecido.
Las drogas también son parte de lo cotidiano en el barrio.
Las tranzas, los narcos, la policía que regula el negocio, todo aparece en las
canciones de Pity.
Su capacidad de contar lo hizo famoso, primero en el under
barrial y más tarde a nivel nacional. Hacia mediados de los 90 las canciones de
Viejas Locas sonaban en todas las radios. En ese momento en la vida de Pity
pasa algo que no pasa en la vida de todos los pibes: poder hacer lo que le
gusta y vivir de eso. Llenar estadios, grabar discos y ganar dinero.
Con el correr de los años, se va configurando un personaje mediático
muy relacionado a los excesos. Un poco por su problema de adicción y poli consumo cada vez más grande, otro poco
por lo recurrente de sus letras en torno a las drogas, otro poco por necesidad
de los medios, el Pity se va convirtiendo, para las pantallas masivas, en el
abanderado de los excesos.
Con la disolución de Viejas Locas y la llegada de
Intoxicados, las letras del Pity empiezan a cambiar. Ya la referencia a la
realidad del barrio, o incluso a la realidad en general se va perdiendo. En
esta nueva etapa sus letras comienzan a centrarse cada vez más en lo
individual, y en la terrible batalla interna que le venía dando a sus adicciones.
Entonces sus versos comienzan a girar en torno a “no tengo ganas de seguir,
pero tampoco tengo ganas de parar” “no se bien que es lo que quiero” a veces
incluso se encomendaba al “padre sol nuestro que estas en los cielos”. En esa
etapa hubo momentos en los que estaba “saliendo el sol” y otros en los que todo
se prendía fuego y el Pity pedía a gritos “un balde de agua, o de arena, o pásame
un mata fuegos”.
Con la misma herramienta, sus canciones, fue capaz de contarnos la vida en el barrio primero, la
lucha que se desarrollaba en su interior después y pedirnos a gritos ayuda
cuando, quizás, ya era tarde. Mientras tanto nadie escuchó. Nadie hizo nada. Y
no solo pedía ayuda en sus letras, sino que lo hizo también expresamente en
entrevistas y notas, como cuando contó: “el único problema en mi vida es la
Paste Base, es una cagada…” Pero nadie escuchó. Era más fácil reírse de sus “hazañas”,
como cuando lo filmaban comiendo comida podrida, o cuando robó un patrullero, o
cuando le metió un tiro en la pierna a su representante, etc...
Los medios usaron al Pity. Siempre lo hicieron. Cuando lo convirtieron
en Rockstar, para vender sus discos. Cuando hizo disturbios, para vender noticias
“de color”. Ahora que es tarde, ahora que ya no queda nada, ahora que cruzo la raya,
ahora que se apagó su fuego artístico, ahora que es un asesino, lo van a seguir
usando. Van a llenar sus noticieros y las páginas de sus diarios con el Pity
victimario, con el asesino, con la sangre de su víctima.
La realidad es compleja, y en esa complejidad se puede ser
dos cosas a la vez. El Pity es victimario (porque tampoco vamos a sacarle peso
a sus actos) y victima a la vez. Los medios mostrarán al victimario confesando,
titularán con una fría frase, jugarán un rato a los detectives, y allí dejaran
el tema. Es mucho más riesgoso mostrar al
Pity víctima. Es mucho más complejo hablar de la vulnerabilidad de los pibes
que crecen, como el Pity, en los barrios, de lo destructivo de las drogas, de
la cultura de consumo que promociona los excesos, de la cantidad de avisos que
dejamos pasar.
El Pity victimario vende, fomenta el odio, la
estigmatización y criminalización de los adictos. El Pity victima nos invita a
una reflexión sobre la realidad y la problemática de las drogas que no entra en
la lógica televisiva ni se corresponde con los intereses de los grandes medios,
pero que nos puede ayudar a comprender cómo se marchitan las vidas de los
pibes.
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